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durante varios d�as. Una vez nos llegó un moderado temporal del sur que nos ayudó a recorrer se-
tenta y dos millas m�s hacia el este, y que se extinguió al cabo de ocho horas. Y entonces, justo
cuando estaba volviendo la calma, el viento empezó a soplar directamente del norte (el cuadrante
opuesto), y nos permitió ganar otro grado hacia el este.
Hace muchos a�os que ning�n velero ha intentado realizar esta traves�a, y nos encontramos en
medio de una de las zonas m�s solitarias del oc�ano Pac�fico. Durante los sesenta d�as que duró
nuestra traves�a no vimos ni una vela ni una chimenea humeante que surcasen el horizonte. Un
barco averiado podr�a quedarse en estas aguas durante generaciones sin que nadie acudiese a
rescatarlo. La �nica posibilidad de rescate podr�a provenir de una embarcación como el Snark, y el
motivo de que el Snark se encontrase por aqu� se deb�a a que antes de zarpar nadie hab�a le�do
aquel p�rrafo de las Instrucciones para la Navegación. Si uno se mantiene perfectamente erguido
sobre cubierta, desde sus ojos hasta el horizonte habr�a una distancia de tres millas y media en
l�nea recta. Por lo tanto, mirando a nuestro alrededor resultaba que est�bamos en el centro de un
Librodot El crucero del Snack Jack London
c�rculo de siete millas de di�metro. Dado que siempre est�bamos en el centro, y siempre
est�bamos en continuo movimiento, ve�amos multitud de c�rculos. Pero todos estos c�rculos eran
id�nticos. No hab�a islotes, lejanos acantilados, o lonas izadas al viento que rompiesen la absoluta
simetr�a de esa curva ininterrumpida.
El mundo se difuminaba a medida que iban pasando las semanas. El mundo se difuminó hasta
que para nosotros solamente llegó a existir el peque�o mundo del Snark, flotando en la inmensi
dad del mar con sus siete almas a bordo. Nuestros recuerdos del mundo, del gran mundo, eran
como sue�os de vidas anteriores que hubi�semos vivido antes de nacer en el Snark. Cuando ya
llev�bamos alg�n tiempo sin disponer de verdura y fruta fresca, habl�bamos de estas cosas en el
mismo tono en que nmi padre comentaba la escasez de manzanas en su juventud. El hombre es
una criatura de costumbres, y los del Snark hab�amos adquirido el h�bito del Snark. Cualquier
elemento del barco o referente a �l era algo lógico y natural, mientras que cualquier cosa ajena nos
habr�a parecido molesta e insultante.
No hab�a forma en que el gran mundo pudiese interferirnos. Nuestra campana tocaba las horas,
pero nadie atend�a a su llamada. No esper�bamos a nadie a comer, no hab�a telegramas ni insis
tentes llamadas telefónicas que perturbasen nuestra intimidad. No ten�amos compromisos que
atender, ni trenes que pudi�semos perder, y no hab�a periódicos matutinos con los que pudi�semos
perder el tiempo enter�ndonos de lo que les suced�a a los restantes mil quinientos millones de
seres humanos.
Pero no era aburrido. Siempre ten�amos muchas cosas que arreglar en nuestro peque�o mundo,
y, al contrario que el gran mundo, nuestro peque�o mundo ten�a que ser pilotado para que siguiese
su curso por el espacio. Adem�s, tambi�n nos pod�amos topar con algunas alteraciones cósmicas
que tendr�amos que afrontar, como la de no molestar a la gran Tierra en su suave órbita por ese
gran vac�o sin vientos. Y viv�amos al instante, sin saber nunca lo que pod�a suceder al cabo de un
momento. Y con eso ya ten�amos variedad y alicientes de sobras. As�, a las cuatro de la ma�ana,
relev� a Hermann al timón.
�Estenordeste -me dijo indic�ndome el rumbo-. Nos desviamos ocho grados, pero no estoy
gobernando el barco.�
Peque�a maravilla. No existe ning�n barco de vela que pueda ser gobernado con una calma
absoluta.
�Sopló un poco de brisa hace un rato; quiz� vuelva�, me dijo Hermann optimista mientras se
dirig�a a proa para bajar a la cabina e irse a dormir.
La mesana est� guardada y plegada. Por la noche, sea cual sea la dirección del viento, o su
ausencia, ya nos ha fastidiado lo suficiente como para que adem�s la dejemos rozar contra el palo,
agitando ruidosamente su pu�o de amura y golpeando en el aire con todo tipo de estruendos. Pero
la vela mayor sigue izada, y el foque y el foque volante tensan sus escotas con cada ligero soplo de
la brisa. Las estrellas no est�n en su sitio. Gir� la rueda del timón hasta colocarlo en la posición
opuesta a la que lo hab�a dejado Hermann, y todo volvió a la normalidad. No hab�a nada m�s que [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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